jueves, 2 de enero de 2014

El país / Edición Impresa en CRITICA Viejos y nuevos pensamientos emancipadores en América Latina Norma Giarracca* 18 de enero de 2009. Hace unas semanas fueron recordados los 50 años de la Revolución Cubana y simultáneamente en México se llevó a cabo el Festival internacional de las Dignas Rabias con el que el EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) le recordó al mundo sus primeros 15 años de una nueva forma de pensar la política. Esos dos acontecimientos invitan a reflexionar acerca de lo que se entiende en estos tiempos por políticas emancipatorias. Una simple definición sostiene que son aquellas políticas capaces de transformar una gramática de poder que se considera injusta y opresora. A esa política hace unos años se la llamaba “socialismo”. Después de Rusia, Rumania, China y, como veremos en gran medida, Cuba, ¿se la puede seguir llamando así? Cuba sigue considerándose orgullosamente socialista aún después de que parte del mundo dejó de serlo. Su proceso socialista durante estos 50 años fue muy complejo, sobre todo después del bloqueo económico que le impuso su vecino cercano, Estados Unidos. Por eso es complicado evaluar los difíciles momentos por los que atravesó el pueblo cubano en estos años y las decisiones que el Estado del partido único tomó en cada momento. A mi juicio existen muchas cosas que valorar como superadoras del orden muy injusto y opresor que fue la Cuba del dictador Fulgencio Batista. Esos logros son incuestionables, pero la crítica que propongo reside en declarar la emancipación (declararse “socialista”) generando un cambio dentro del mismo modelo del capitalismo/moderno/colonial. La organización económica que adoptó Cuba fue de capitalismo de Estado, es decir siguió la “rueda de la fortuna” del desarrollo económico occidental con la tecnociencia, la educación, la salud, la estructura militar a su servicio. Crecimiento y desarrollo como cualquier capitalismo o socialismo del siglo XX con el enclave, después de un cierto tiempo, del capitalismo de mercado turístico europeo y la dolarización de su economía. En Cuba, la modalidad productiva, la organización del trabajo y los medios de producción, las relaciones laborales, la jerarquización y división del trabajo siguieron como en cualquier capitalismo pero en manos del Estado o de esa burocracia que reemplazó a los burgueses capitalistas. Esta decisión, a mi juicio, tuvo terribles consecuencias. En primer lugar el menosprecio a sus propios bienes naturales y potencial humano; no diversificó su agricultura, no pensó en términos de soberanía alimentaria (en la actualidad importa la mayoría de los alimentos que necesita y construye su “agronegocio estatal”). Cuba, como Rusia, tuvo vocación industrialista y fue capitalista al margen de quienes controlaron los medios de producción. Esta decisión llevó a que los cubanos trabajaran en forma asalariada sin que tuvieran los supuestos beneficios de sus colegas en el capitalismo de mercado. De este modo comenzaron a desear todo aquello que en los otros países se podía adquirir con el salario: pantalones jeans, gomas de mascar, cosméticos y luego dólares, electrodomésticos, etcétera. Sumemos graves errores como la falta de libertades, el fusilamiento como dispositivo para resolver disidencias y el personalismo. Cuba podría haber sido un campo de experimentación político porque sus revolucionarios fueron muchachos latinoamericanos buscando justicia y libertad que el régimen corrupto de Batista les negaba. El problema es que fueron muchachos “modernos”, educados en universidades europeizadas que recurrieron a las recetas que les garantizaran el famoso progreso: el “socialismo” modernizador. Sin embargo, las cosas hubiesen podido ser distintas; a modo de ejercicio utópico (como alguna vez hizo Alexander Chayanov para su Rusia) imaginemos que Cuba hubiera podido lograr una vida sencilla y equitativa, con alimentación propia de su importante sector campesino, poniendo en juego la gran creatividad y alegría para construir un buen vivir de hombres y mujeres libres e iguales. Hubiese podido formar ingenieros agrónomos, químicos y biólogos en función de una ciencia y técnica al servicio del hombre/mujer, un modo de producir mercancías superador de las formas asalariadas, una manera de conectarse con la tierra, con el mar, con su diversidad diferente a la de los “capitalismos modernizadores”. Pero eligió este camino, como antes lo había hecho Rusia olvidando su estirpe eslava, y de ese modo le dieron al socialismo el sentido que hoy tiene. Otros pensamientos políticos recorren los territorios y vienen de los mundos indígenas latinoamericanos pero, a mi juicio, tienen resonancias con los pensamientos de los populistas de la Rusia del siglo XIX, con los anarquistas españoles que hicieron su experiencia en Barcelona o Aragón en 1936, o con los primeros zapatistas de 1910 en México que se opusieron a coparticipar en el Estado. Las propuestas de la insubordinación creativa; la construcción de un mundo a distancia del Estado; el mandar obedeciendo; la autonomía en muchos y diversos niveles; la presencia activa de mujeres, muchas mujeres, con sus rebeldías que son múltiples y densas; aquel grito de “tierra y libertad”; la desobediencia civil, las opciones decoloniales. Nuevos sentidos que nos hablan de otro modo de pensar la política. Es la política sin víctimas a ser representadas; que no demanda al Estado sino que hace aquí y ahora con los recursos que la rodean; la política que se reapropia y cuida de los territorios y sus riquezas, los utiliza en armonía con los bienes comunes. Es la política que reconoce despojados y desterrados en estas matrices coloniales de ayer y de siempre y asume el desafío de pensar en “proporcionalidades” (como se dijo en estos días en Chiapas) y “convivencialidades” (otras relaciones entre los seres y con la técnica). El sentido de esa política recorre muchos movimientos sociales de casi toda América Latina, su forma organizativa es “la asamblea” (de hombres/mujeres iguales y libres). A veces insiste en seguir llamándose a sí misma “socialismo” (por la fuerza de la costumbre), pero muchas otras acepta los desafíos de realizar el “funeral del socialismo” y sin invocar nombres se presenta como la política de un silencio, de un puro construir “otros”. Si Cuba es el paradigma de los viejos pensamientos de izquierda, Chiapas lo es de los nuevos. En la “Digna Rabia” hubo de todo, de lo viejo y de lo nuevo, como suele pasar en los tiempos de pasajes, de transiciones. Pero los jóvenes de todo el mundo ya no van a Cuba, suelen ir a Chiapas como hicieron los jóvenes griegos en esta ocasión. *Socióloga, Instituto Gino Germani, UBA.